¡Venías tan pálido,
soldado, en el río!
La boca cerrada, las manos heladas,
la piel como el lirio;
Y una herida roja en la frente,
y una luz de aurora en los ojos limpios…
¡Qué muerte la tuya, soldado del pueblo,
bravo miliciano, corazón amigo;
qué muerte más dulce, cien brazos de agua
ceñidos en torno de tu rostro lívido!
No venías muerto sobre el agua clara;
sobre el agua clara venías dormido:
un clavel granate en la sien nevada
y en los ojos quietos, dos luceros vivos.
¡Qué pálido y frío,
venía tu cuerpo moreno
sobre el agua rosada del río!
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